Escogidas las intenciones, desgranando las maneras. Siseando las palabras y escondiendo las miradas.
En un cofrecito de plástico no sé si de la "Nancy" o de los pequeños piratas, allí se guardaban las infantiles ilusiones de cuatro niños todos los años en estas fechas...
El durito de la calle, los cinco de la abuela, el olvido de mamá en la mesita de la entrada. El tesoro anhelado... y aquellas escapadas a la alpargatería de la calle San Miguel que aún vive, bendita sea.
La tendera que reía con sus ojos burlones, delante de nuestras caritas de niños de obrero. Recuerdos.
Aquellos colorines de felpa, todos dignos de una reina, de flores, de rayas, ribetes...
El mejor para mamá: el rosa. O el rojo, o aquel verde precioso. Pero que sean calentitas, a ver si nos llega.
Esperábamos hasta el último día, sin chucherías ni caramelos, pidiéndole a la abuela, contando mil veces los duros. "Aún falta, Tania". "Carmen, a ver qué hay en el bolsillo de la bata..."
Mamá amanecía la mañana de reyes con sus grititos cantarines:
-¡Los reyes!, ¡han venido los reyes!
Y ninguno salía al salón sin las batitas puestas, temblando de emoción.
Y luego ella, que supongo que algo sabría, al desliar aquel papel mal envuelto, al abrir aquella caja de cartón abollado, al oler a zapatillas nuevas. Del número treinta y siete.
-¡Póntelas mamá, póntelas!-chillaban nuestras vocecitas ilusionadas...
En un cofrecito de plástico no sé si de la "Nancy" o de los pequeños piratas, allí se guardaban las infantiles ilusiones de cuatro niños todos los años en estas fechas...
El durito de la calle, los cinco de la abuela, el olvido de mamá en la mesita de la entrada. El tesoro anhelado... y aquellas escapadas a la alpargatería de la calle San Miguel que aún vive, bendita sea.
La tendera que reía con sus ojos burlones, delante de nuestras caritas de niños de obrero. Recuerdos.
Aquellos colorines de felpa, todos dignos de una reina, de flores, de rayas, ribetes...
El mejor para mamá: el rosa. O el rojo, o aquel verde precioso. Pero que sean calentitas, a ver si nos llega.
Esperábamos hasta el último día, sin chucherías ni caramelos, pidiéndole a la abuela, contando mil veces los duros. "Aún falta, Tania". "Carmen, a ver qué hay en el bolsillo de la bata..."
Mamá amanecía la mañana de reyes con sus grititos cantarines:
-¡Los reyes!, ¡han venido los reyes!
Y ninguno salía al salón sin las batitas puestas, temblando de emoción.
Y luego ella, que supongo que algo sabría, al desliar aquel papel mal envuelto, al abrir aquella caja de cartón abollado, al oler a zapatillas nuevas. Del número treinta y siete.
-¡Póntelas mamá, póntelas!-chillaban nuestras vocecitas ilusionadas...