Semejante a verse envuelto en una levantera es el hecho de
escuchar sin querer la conversación telefónica de una señora en el autobús.
Por narices, porque la tienes detrás. Y sin querer, te ves siguiendo
el por qué de la diarrea de una tal Merceditas y el motivo por el cual con su
detergente salen las manchas de remolacha de la ropa.
Y el "no" que le sigue a un "sí" encapsula tu vida, mientras no respiras porque sabes que va a seguir hablando.
Y el "no" que le sigue a un "sí" encapsula tu vida, mientras no respiras porque sabes que va a seguir hablando.
Tras
el cristal, corren la bahía, las salinas, los postes de la carretera y tú no
corres.
Va a sacar la basura en cuanto llegue y además, comprará un paquete de patatas y lo subirá a un domicilio del que nunca más tendrás constancia.
No lleva los zapatos que alguien se va a poner para sentarse en la Nochebuena a la mesa y no lleva además ningún zapato porque los otros están en la horma.
Va a sacar la basura en cuanto llegue y además, comprará un paquete de patatas y lo subirá a un domicilio del que nunca más tendrás constancia.
No lleva los zapatos que alguien se va a poner para sentarse en la Nochebuena a la mesa y no lleva además ningún zapato porque los otros están en la horma.
Merceditas tiene diarrea.
Y la remolacha sale con un detergente que sólo la señora que te grita al oído sabe.
Unos zapatos reposan tranquilos en una caja en algún lugar esperando la cena de Nochebuena, mientras corre la bahía.
Corren los postes y las salinas y la señora dice "ya estoy llegando" y cuelga.
Y la remolacha sale con un detergente que sólo la señora que te grita al oído sabe.
Unos zapatos reposan tranquilos en una caja en algún lugar esperando la cena de Nochebuena, mientras corre la bahía.
Corren los postes y las salinas y la señora dice "ya estoy llegando" y cuelga.
Y la cápsula se abre y eres un pedo cósmico que se disuelve
aturdido por el choque brutal con el repentino silencio.
Y tu vida, durante un microsegundo, deja de tener sentido.
Hostias.
Hostias.