martes, 28 de enero de 2020

SOBRE «EL FARO»

SOBRE «EL FARO» (sin «spolilers»)

Los poemas que me remueven son los que, además de tejerse con los hilos de oro de la genialidad, poseen la facultad de contener tantas interpretaciones como personas puedan leerlos e interiorizarlos.
Este es el continente de «El faro», ser uno de estos poemas. Podríamos, en una primera impresión, sabernos dentro de una pesadilla o, por el contrario, dentro de una realidad atroz: la locura. Ésta última, a su vez, podría tener varios orígenes, uno de ellos ser el sentimiento de culpa. En cualquiera de estos casos, la mitología griega cobra sentido y protagonismo en esta cinta con la referencia que, sobre el dios Proteo, se hace del farero y sobre Prometeo, del aprendiz, deseoso de ver la luz de la lámpara del faro. Éste puede ser metáfora de muchas cosas y apuntaré que, el director, Robert Eggers, pretendía que fuese considerado por los actores, Willen Daffoe y Robert Pattinson, como un símbolo fálico.
Como digo, podemos partir del convencimiento de estar ante una realidad o ante una pesadilla y esto nos permitirá analizar la película desde distintas perspectivas si la visualizamos por segunda vez. El hecho de filmarse en blanco y negro, le confiere un marco perfecto (sabes que no podría haber sido de otro modo) y le otorga una atmósfera fría y desoladora.
A mi entendimiento, existen referencias a Hitchcock, concretamente a su película «Vértigo» (1958), en ciertos planos que no desvelaré y a «Los pájaros» (1963) Realmente, «El faro» es una película repleta de metáforas, yo diría que instructora, a la vez que conmovedora. Esa conmoción que refiero no es sino un punto rojo intermitente, una alarma silenciosa que se instala en el subconsciente al ver la película, al menos en mi caso (y aquí está mi forma de «leer» este poema) y que me lleva a enfrentar la visión de la vida humana yerma de Dios y Arte. La locura, la culpa por las acciones erradas, terribles, que hayamos podido perpetrar, grandes o pequeñas, ahondarán y oradarán como gotas de ácido en nuestras almas, si ésta logra instalarse en un ser sin miradas alzadas a lo divino (sea Arte o Redentor)
Los dos actores, Willow y Tom, no son sino un Caín bicéfalo en una roca aislada en un mar hostil, como la vida, como la soledad en esta sociedad indiferente nuestra, en nuestro mundo egoísta; un lugar en el que la obsesión por poseer la luz, la riqueza, el «status» (en la cinta, representada por la enigmática luz del faro, objetivo de los anhelos de ambos), bien puede ser el motivo de nuestra propia destrucción.

Os invito a verla, con la mente abierta. Id a la roca y rezad a vuestro Dios u ofrecéos al Arte: necesitaréis un dios para no enloquecer en ella.

1 comentario:

Unknown dijo...
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