sábado, 13 de marzo de 2010

"EL RAYO DE LUNA"



Os presento la segunda parte del relato.






Hoy salió impulsada por una estela de voluntades, desechando la aspereza de mis consejos. Determinó no escuchar mis amargos discursos que le recordaban que nunca había sido feliz. Durante breves instantes creí haberla convencido; le decía que era inútil, que jamás sería cierto, perseguía un rayo de luna... ¡un rayo de luna...!.

La luz de este soleado abril le ha embriagado. Determinó ir a tu encuentro. El fresco aroma de la mañana se enredará en sus cabellos, y será para tí el recuerdo oloroso que acompañe sus palabras, quedará en tu memoria.
Sólo espero que no te acuerdes de ella cuando la hayas gozado, que olvides la tersura de sus muslos y la dulce miel que los baña.
Ahora me siento obligado a acompañarla, siempre lo hice. Debo estar con ella, cuidarla. Al igual que ella me dió un lugar en su regazo y un collar hecho con sus lágrimas.
No debo fallarle.
Siento que la encuentres vestida de amores, hermosa al igual que las flores, rivalizando con ellas. Sin duda no me ayudará demasiado el color rúbeo de sus cabellos ni el movimiento acelerado de su pecho cuando llegue frente a tí.
Desearía que no pudieras oler su aliento, que jamás te deleitases con el agua de su boca...
Son las doce, por las calles de la ciudad fluye la vida llena de colores, repleta de fragancias. Hasta me parece que las palomas, antes sencillas y pobres, se hayan convertido de repente en exóticas aves capaces de alzar su vuelo hacia el lugar más alto del cielo...

¡Las mariposas lucen nuevas alas!... ¡nuevas alas!.
Esta frase golpeaba mi mente cuando desperté hoy. Supongo que la trajo sin querer algún sueño ufano, le daba vueltas mientras me vestía... hasta que reparé en la imagen de mi espejo. Observé mi rostro ojeroso y la sed de mi piel; entonces encontré un sentido para la frase de mis sueños.
Un arrebato de ira arrancó el grito que esperaba en mi garganta, y desafiando a todos los miedos que atenazaban mi alma, encontré de nuevo mi mirada en el espejo. Decidí aceptar el reto de enfrentarme a la enfermedad, a abandonar la caverna oscura que me impedía contemplar toda tu belleza. ¡Amor, ansiado amor!
¿Es posible que pueda lograr alcanzar un segundo la atención de tu mirada?, ¿podría ser que perdiera la razón por un leve roce de tus dedos?, ¿es eso posible?
Sé que es irracional, que tú podrías ignorar mi fe. Pero aún así, quiero ofrecértela como las gotas de lluvia se ofrecen a la tierra, aunque ésta no las necesite.



Aún quedan niños jugando, una leve brisa estival envuelve sus risas. Al cerrar mis ojos consigo sentirlos plenamente. El sol reconforta mi piel, y siento cómo una emoción serena invade despacio mi cuerpo y mi alma. Llevo demasiado tiempo esperándote y todavía no llegas.
Comienzo a creer de nuevo en fantasmas, quizás equivocara el significado de tus miradas, quizás tan sólo sea que hayas olvidado nuestra cita...
Necesito tan sólo un momento para comprenderlo... ¿Debo creer que no tendré nunca el regalo de tus caricias?. Querido amor ¿ya no me recuerdas?
Las nubes caminan descalzas por un cielo que no las retiene, mientras los rayos de sol les pinta ribetes de oro el viento las rompe, las moldea, y continuan su viaje para fundirse en el horizonte... allá lejos, dónde las pierdo de vista.




¡Hace tanto...!
Nuevos seres acompañaron mi existencia, pero ya ninguno logró quedarse. Más de cien veces compartí mi piel como envoltura de nada... Hasta que llegó el fatal día en que nadie quiso acariciarla. Ajada y seca, ya no era el grato terciopelo de mi juventud.

A veces, en mis pesadillas, aún podía escucharle. Sus gritos eran desgarradores. Su dolor estrangulaba mi alma, parecía quemarse en una hoguera eterna...
Hasta que hoy dejé de sentirle, debió de morir esta mañana, temprano. Me disponía a tomar el desayuno cuando un intenso dolor atravesó mi pecho. La empuñadura del bastón resbaló de mi mano, y me hallé en el suelo. Durante un tiempo que soy incapaz de precisar, permanecí inmóvil, herida, conmocionada.
Silencio entonces. Lloré amargamente su ausencia. Lamenté su marcha. Comprendí que nada ataba ya mi alma a este mundo, ni siquiera tú mi niña querida...



Me encontrarán bajo el acantantilado, con rizos de espuma blanca vistiendo la flácida imprenta de mi cuerpo, dejad que las olas del mar guíen entonces mi nuevo destino.