jueves, 26 de abril de 2012

LA MUJER ETERNA

Crucé la carretera buscando la sombra, en la marquesina de enfrente podría esperar el autobús también y al verlo llegar me daría tiempo de volver a cruzar; donde me encontraba hacía demasiado calor.

Al sentarme a la sombra, la vi en la acera opuesta, en el banquito al sol bajo la marquesina, esperando la línea once, dirección a la estación de autobuses.
Tendría al menos sesenta años.
Me vio y cruzó para preguntar a qué hora pasaba el autobús en dirección contraria. Le respondí sin ganas, con una falsa cortesía propia de un vendedor de seguros. No tenía ganas de hablar, raro, sí; estaba cansada...

Un rato estuvimos mirando la carretera por si veíamos el autobús y volver entonces corriendo a la marquesina soleada.
Comenzamos a hablar sobre flores... No sé cómo, pero nuestra conversación lució entre begonias, narcisos, azaleas, orquídeas... y hermosos geranios. Me hablaba de la finca que vendió antes de enfermar su marido, de los dos mil quinientos metros que tenía llenitos de árboles frutales y flores.
Su marido se había encargado del huerto, pero las flores se las dejaba a ella: “mucho trabajo era”, recordaba.
-Si me tocara ahora un dinerito, te aseguro que no compraría algo grande y no pondría flores; las flores son mucho trabajo, cansan... Aunque antes lo hacía con un gusto especial, antes... cuando vivía mi marido. ¡Si vieras cómo lo tenía todo! ¡más bonito estaba todo!
-Imagino que como los patios cordobeses; siempre digo lo mismo: “este año voy” y nada. ¿Algo así? ¿Bonito como los patios cordobeses...?-pregunté.
-Sí, sí. Pero qué trabajo, qué trabajo... ¡Ahí llega el autobús, vamos, vamos...!

No sé cómo se llamaba, ni cómo se llamaba su marido. Sólo que murió con setenta y tantos años, según me dijo.

La señora tenía unos ojos como los de las muñecas. Tras las gafas aún se veían más grandes. Grandes, verdes como las olivas. Esos iris maravillosos... como los de las muñecas. Sólo conozco a una persona que los tiene así, en color azul. Azul sueño.

Siempre me ha gustado recrearme en lo que dicen los ojos, su color y su forma. Y su lenguaje: la mirada, la forma de mirar. Se conocen tantas cosas de los demás por la mirada...

Me senté junto a ella y seguimos hablando sobre flores. Un trecho. Me gustó recordar el “zapatito de la reina” con ella; aquella maravilla de flor con un nombre tan coqueto... Volvió a las orquídeas antes de retomar el recuerdo de su marido.

-Era tan bueno, tan cariñoso... Cuarenta y ocho años estuvimos juntos. Cuarenta y ocho... Ahora estoy sola; mis hijos y mis nietos son mayores. Vengo a la playa y a la piscina con algunas amigas, esos son los ratitos que me quedan, sino...
Ahora llego a casa... ¡y estoy allí tan sola!

Yo sentí un pellizco en el alma, de pena, de eternidad, de angustia. Me sentí responsable de decirle lo que pensaba:
-¿Sabe que le digo? Que dichosa usted que ha disfrutado de él tantos años, de sus atenciones y de su cariño. Quédese con esa dicha, porque a otras nos toca enamorarnos de un príncipe y descubrir a un monstruo.

Quería consolar su tristeza, porque ella consolaba la mía; imaginarla tan feliz con aquel hombre me hacía sentir una alegría infinita, como si yo tuviese parte en todo ello. Sentía que de su felicidad se desprendía un trocito como el pan recién hecho, oloroso y tierno para mí. De aquel pedacito de felicidad que volaba por no sé qué dimensión tomé una pequeñísima parte consolando mi soledad eterna.
¿Cómo puedo explicar esto? ¿qué soy yo que siento estas cosas como una herida en carne viva? ¡Y pensar que no me importaría morir en un instante de estos!
Así sentía cuando ella me hablaba de su marido.

 Ella proseguía, ajena a lo que yo estaba sintiendo:
-Él se me quedaba mirando y me decía: “qué guapa, qué preciosa que eres”. A veces discutíamos, no te digo que no... Cuando se iba a jugar al dominó y tardaba mucho, me enfadaba con él.
-Pero no importa, no importa... –le decía yo.
-No, él era muy cariñoso, muy bueno conmigo. Un buen hombre.
-Un hombre que la quería mucho...
-¿Sabes? Aún recuerdo las caricias de mi marido... Su manera de acariciarme no se me olvidará jamás...

... Y una mano que nunca fue, se perdió en aquella dimensión inconexa...
Las caricias, las caricias... Las manos de un hombre y sus caricias...

La mujer es eterna...