martes, 1 de noviembre de 2022

DIÁLOGO CON EL CORAZÓN

He soñado hoy con las palabras envueltas en un ser humano, con el caballo galopante de su voz, que las portaba. He soñado con su declarado amor mientras mis dedos se enredaban entre los rizos de sus cabellos.

Él era la ventura que, los colores, aniñan las miradas al mundo, pobreza feliz del poeta, locura que transita o fluye por el verso mismo, era el mago que recoge entre sus manos la ambrosía extraña de otros mundos y las porta hasta aquí, a los pies de sus iguales mortales. Él era medio dios y medio hombre; soñado trovador de mi corazón.

Desperté habiendo perseguido a la cierta razón; en ello estaba cuando desperté:


«No te confundas, querida mía; ningún ser puede ser reposo de tu amor más que la palabra misma, pues es a ella a quien amas y, por más, al caballo terrible de la voz humana cuando la viste y engalana. El humano, por tanto, es agua que se derrama por sus costados, incesante y trémula incontinencia, torpe y caprichosa existencia... Sin embargo tú, ¡oh, palabra bendita!, ¡oh, corcel certero de la declamación!, ¡tú sí eres un diamante puro, un transparente remanso, brillante y gélido en donde posar mi amor, tranquilo!»

viernes, 7 de octubre de 2022

MI ENCUENTRO CON EL EDITOR DE BOLAÑO

 MI ENCUENTRO CON EL EDITOR DE BOLAÑO

En ocasiones, las casualidades cubren la realidad de estupor. Tanto es así que, en efecto, puede paralizarse la capacidad de reacción o, con suerte, se ve lentificada.
Esto es lo que me ha sucedido esta tarde en Cádiz, cuestión que ha llevado mi pensamiento en volandas por veredas espinosas hasta este mismo momento y que me ha hecho cruzar los dedos como colegiala que no sabe a ciencia cierta si ha sido pillada «in fraganti», deseando que, la persona que vi en la esquina de la Plaza de las Flores, no oyese mi crítica tajante hacia su argumentación expuesta en la reciente actividad celebrada por la universidad. 
Resultó que, una persona asistente a la conferencia de ayer, a cargo de Ignacio Echevarría, me llamó esta tarde por teléfono. Yo caminaba desde la zona de Plaza de Abastos hacia la Plaza de las Flores, pasando cerca de las mesas que, la legendaria cafetería «La Marina», tiene dispuestas junto a su Fachada. Pues bien, en el preciso instante en el que yo decía la frase (a viva voz y con claridad): «A ningún escritor le gusta que le metan las tijeras a sus textos...», dando así argumento a mi pensamiento y contrariando una de las cuestiones que Ignacio Echevarría defendió ayer tarde en UCA, casi rocé a mi paso una de las mesas de «La Marina», en concreto la que estaba justo en la esquina, visualizando al mismo señor Ignacio Echevarría solo, sentado allí, disfrutando de lo que me pareció una bien servida bandeja de tortillitas de camarones. El hombre alzó la vista al instante, como gesto curioso, quizá por ser testigo involuntario de la vocalización de una serie de palabras para cuyo significado conjunto él poseía una firme y opuesta convicción. Inmediatamente le reconocí y quise que me tragase la tierra, aunque en seguida deseé buscar una excusa verosímil para sentarme a su lado, conocerle mejor y debatir sobre el trabajo de los editores -si es que él considerase que hubiera algo que debatir-.
Me hubiese gustado decirle mi nombre, enseñarle mi libro «Condominios» y pedirme una cerveza. Pero continué, azorada, colgada al teléfono, confiándole a mi interlocutor misterioso lo que acababa de ocurrir. Estoy completamente segura de que Ignacio Echevarría no me reconoció, pero oírme sí me oyó. Me sorprendió que estuviese solo, pareciéndome entrañable verle disfrutar con tanta celeridad de una receta gastronómica tan nuestra. Me gustó. Creo que este será uno de los únicos escenarios en mi vida literaria en el que comparta una «mirada» con un editor, habida cuenta de que, hasta hoy, nunca me ha llamado ninguno, ni siquiera para intercambiar puntos de vista.

¡Ave, César(es)!


domingo, 17 de abril de 2022

LA RESURRECCIÓN ENDÓGENA

Construye el ser humano con maestría castillos en el aire. Edifica, con absurda solemnidad, atalayas con arena y torres con suspiros. Pone en pie libros de humo y roba, ¡oh, milagro!, palabras al viento. Así aleja el ser humano su espanto. 

El miedo es el trenzado que sostiene las religiones, la urdimbre que crea un dios que habrá de salvarnos de nosotros mismos, pobres cobardes, incapaces de gestionar sin tutor las propias miserias e inmundicias. Así, el ser humano crea la divinidad a la que adorar, el clavo incandescente, ilógico y absurdo, de un ser superior y, en aras de una creatividad pasmosa, le da apariencia antropomorfa, lo sienta en una nube y define cielos e infiernos.

Todo ello habría de quedar atrás, en el espacio de tiempo de un medievo más extenso que el histórico y que convive todavía hoy con el mundo digital y los avances científicos. Sabemos que Jesús de Nazareth fue un predicador como tantos cientos que pululaban por aquellas tierras en aquellos tiempos; era uno más que decía ser 'el hijo de dios'. Y, aun no teniendo constancia de que resucitase, el ser humano sigue aferrado a aquellas zarzas ardientes. 

Me diréis ahora: ¡Es la fe...! 

¡La fe!, ¡la cobardía, digo yo!, ¡la cobardía y el infantilismo, la irresponsabilidad de no afrontar las propias carencias y las propias imperfecciones!, ¡la obcecación de creerse el centro del universo, de sentirse más importantes que nada en este planeta!, así destruye el humano y come carne sin ser lícito, pues a seres vivos maltrata haciéndolo. Asesina en nombre de sus deidades para argumentar así sus intereses egoístas, porque, ¡mirad!, ¡no sirve de nada adorar a dioses; sigue el humano rastrero y vil desde la noche de los tiempos! ¡No es ese el camino, absurdos y ridículos humanos! 

La verdad no es esógena; está dentro de cada uno de nosotros y desde todos los lugares en los que habita cada uno de nuestros corazones. Si tenemos la humildad suficiente para evolucionar como especie, hallaremos la verdadera gloria, que no es sino la paz interior. 

No busquéis en resucitados, porque os mentís. Tengamos fe en lo que somos y en lo que habremos de mejorar. Fe en nosotros, no en cuentos de hadas, porque en nuestros corazones está el camino la verdad y la vida. 

 


domingo, 10 de abril de 2022

50 AÑOS DE VIDA

 "Se distrae con una mosca que pasa volando". 

Esta es la frase que mis maestras repetían a mis padres para ilustrar mi falta de atención en el colegio y mis notas justas. Pero tal cosa no era del todo cierta: para mí, las nubes que veía a través de las ventanas de la clase, un haz de luz sobre la mesa de madera, la caída de la cinta sobre el pelo de una compañera..., todo aquello era mi lección y a ello atendía, absorta.

Desde niña, la contemplación y la espiritualidad, la observación de lo nimio, de los grandes acontecimientos de lo cotidiano, han definido mi esencia. Pero jamás he podido desarrollar mi espiritualidad; yo misma la ahogaba, una y otra vez, por diversas causas. La vida me llevó y trajo y yo la seguí. Nunca pude ver siquiera, vislumbrar, algún elemento sobre el que construir aquello que yo era.

Estoy a punto de cumplir el medio siglo de vida. Es un momento mágico, crucial, importante: la madurez, gestada en la experiencia, adintela una visión diferente del mundo y de las cosas, pero, más importante, un conocimiento más profundo de lo que compone mi centro se da en estas coordenadas del camino. La soledad, mucho mejor maestra que cualquier "algo" que se precie de sabio, hace emerger el contenido de lo más profundo del alma; lo lleva a la superficie, como el mar de fondo. De esta forma es como, cumpliendo el medio siglo, he conseguido disponer de los elementos suficientes para desarrollar la espiritualidad que siempre tuve en mi interior. Libre de ruidos y distracciones, focalizando toda mi atención en ella.

Sé que la enfermedad, el cáncer, fue el maravilloso punto de inflexión que mi alma necesitaba.

Doy gracias por ello.



domingo, 27 de febrero de 2022

VENEZIA DEMÓCRATA, JUSTA VENEZIA.


Anoche, en el Palazzo Pisani Moretta de Venezia, la diseñadora y organizadora de grandes eventos Antonia Sautter, hizo posible su "Ballo del Doge". Una celebración que tiene lugar todos los años, con gran fastuo, pero suprimida en este último año y muy ansiada ahora, tras las restricciones de la pandemia.

Es un escenario en donde el lujo, la vacuidad y la sensualidad, se muestran oferentes y sin reparo en gastos. Es esta una "Venezia" que yo oteo desde mi ventana. Pero, afortunadamente, existe una Venezia cercana, "ajustada" en gastos, disfrutable y apetecible como una simple y jugosa manzana: ésta ofrece largos paseos por sus "fondamentas" y "rivas" , "salizatas" y "campos", incursiones bajo sus inquietantes "sottoportegos" y sus estrechas calles, caminatas por anchas vías llenas de tiendas de artesanía, para pudientes y para viajeros con menos, porque, ¡que viva lo democrático!: uno puede llevarse un souvenir de Venezia hecho en China, por 1 euro, pero que no encontrará en su ciudad y, el que pueda pagar un camafeo a cientos de euros, un vaso de cristal de Murano o un increíble tapiz, que lo haga; quien pueda pagar un hotel a miles de euros la estancia, un taxi a 120 euros el trayecto, un café en más de 20 euros, que proceda a ello y disfrute, pero ¡que no piense que Venezia es sólo suya!

El viajero modesto podrá llevarse una valiosa máscara de plástico, hecha en China, como recuerdo, por 10 euros. Podrá tomar un café a 1,50 si sabe adónde y verá que no sucede esto en un oscuro callejón, lejos del bullicio veneciano.

En cambio, su osadía de visitar una de las ciudades más caras del mundo, se lo recompensará Venezia con hermosísimos atardeceres, con serenos paseos junto a la Laguna, con el conocimiento de museos y monumentos, con el trato al veneciano, hospitalario y especial y le parecerá escuchar, en el cabeceo pertinaz de las proas de las góndolas sobre el agua, ecos de otras épocas, notas de Vivaldi, pasiones y embrujos de siempre. 

Entre el lujo del "Ballo del Doge" y una máscara de 10 euros china, se encuentra Venezia, la "vecchia signora", hermosa en su decadencia, demostrando que es sabia: que a todo mortal seduce para que la adore, y a ella nunca le importará el poder del bolsillo de éste.

Ella sabe. Es Venezia. La única.