domingo, 17 de abril de 2022

LA RESURRECCIÓN ENDÓGENA

Construye el ser humano con maestría castillos en el aire. Edifica, con absurda solemnidad, atalayas con arena y torres con suspiros. Pone en pie libros de humo y roba, ¡oh, milagro!, palabras al viento. Así aleja el ser humano su espanto. 

El miedo es el trenzado que sostiene las religiones, la urdimbre que crea un dios que habrá de salvarnos de nosotros mismos, pobres cobardes, incapaces de gestionar sin tutor las propias miserias e inmundicias. Así, el ser humano crea la divinidad a la que adorar, el clavo incandescente, ilógico y absurdo, de un ser superior y, en aras de una creatividad pasmosa, le da apariencia antropomorfa, lo sienta en una nube y define cielos e infiernos.

Todo ello habría de quedar atrás, en el espacio de tiempo de un medievo más extenso que el histórico y que convive todavía hoy con el mundo digital y los avances científicos. Sabemos que Jesús de Nazareth fue un predicador como tantos cientos que pululaban por aquellas tierras en aquellos tiempos; era uno más que decía ser 'el hijo de dios'. Y, aun no teniendo constancia de que resucitase, el ser humano sigue aferrado a aquellas zarzas ardientes. 

Me diréis ahora: ¡Es la fe...! 

¡La fe!, ¡la cobardía, digo yo!, ¡la cobardía y el infantilismo, la irresponsabilidad de no afrontar las propias carencias y las propias imperfecciones!, ¡la obcecación de creerse el centro del universo, de sentirse más importantes que nada en este planeta!, así destruye el humano y come carne sin ser lícito, pues a seres vivos maltrata haciéndolo. Asesina en nombre de sus deidades para argumentar así sus intereses egoístas, porque, ¡mirad!, ¡no sirve de nada adorar a dioses; sigue el humano rastrero y vil desde la noche de los tiempos! ¡No es ese el camino, absurdos y ridículos humanos! 

La verdad no es esógena; está dentro de cada uno de nosotros y desde todos los lugares en los que habita cada uno de nuestros corazones. Si tenemos la humildad suficiente para evolucionar como especie, hallaremos la verdadera gloria, que no es sino la paz interior. 

No busquéis en resucitados, porque os mentís. Tengamos fe en lo que somos y en lo que habremos de mejorar. Fe en nosotros, no en cuentos de hadas, porque en nuestros corazones está el camino la verdad y la vida. 

 


domingo, 10 de abril de 2022

50 AÑOS DE VIDA

 "Se distrae con una mosca que pasa volando". 

Esta es la frase que mis maestras repetían a mis padres para ilustrar mi falta de atención en el colegio y mis notas justas. Pero tal cosa no era del todo cierta: para mí, las nubes que veía a través de las ventanas de la clase, un haz de luz sobre la mesa de madera, la caída de la cinta sobre el pelo de una compañera..., todo aquello era mi lección y a ello atendía, absorta.

Desde niña, la contemplación y la espiritualidad, la observación de lo nimio, de los grandes acontecimientos de lo cotidiano, han definido mi esencia. Pero jamás he podido desarrollar mi espiritualidad; yo misma la ahogaba, una y otra vez, por diversas causas. La vida me llevó y trajo y yo la seguí. Nunca pude ver siquiera, vislumbrar, algún elemento sobre el que construir aquello que yo era.

Estoy a punto de cumplir el medio siglo de vida. Es un momento mágico, crucial, importante: la madurez, gestada en la experiencia, adintela una visión diferente del mundo y de las cosas, pero, más importante, un conocimiento más profundo de lo que compone mi centro se da en estas coordenadas del camino. La soledad, mucho mejor maestra que cualquier "algo" que se precie de sabio, hace emerger el contenido de lo más profundo del alma; lo lleva a la superficie, como el mar de fondo. De esta forma es como, cumpliendo el medio siglo, he conseguido disponer de los elementos suficientes para desarrollar la espiritualidad que siempre tuve en mi interior. Libre de ruidos y distracciones, focalizando toda mi atención en ella.

Sé que la enfermedad, el cáncer, fue el maravilloso punto de inflexión que mi alma necesitaba.

Doy gracias por ello.