jueves, 12 de septiembre de 2013

AUTOBÚS DE SOLAGITAS. 4:30 DE LA TARDE.



A veces es el túnel del horror, otras una caja de galletas, una mesa camilla con ruedas o un congreso ambulante por las calles de Chiclana. Nunca se sabe lo que puede encontrarse en el autobús de Solagitas: Oliva con sus fandangos, Visitación con su peluca y sus hechuras de pitirrojo, las chonis más fashions del barrio con gatos acostaos en lo alto del cogote... Cuántas cosas descubre un oído avizor o un ojo atento...

En esta ocasión subo sola en la parada y el cuadro femenil que me encuentro me deja de piedra: femineidad a tope en la madre y la niña que se sientan atrás. Yo no puedo dejar de mirar en ningún momento los enormes lazos rosa de la cría ni el cutis maravilloso de la mami.
A la niña sólo le faltaba el máster, tenía una sabiduría y una mirada de vieja que ni la Tía Norica...
Era la señora lacitos una fuente del saber, una largartijilla en rosa barbie, un torbellino de color en manoteos aviaos y poses que harían las delicias de cualquier Juan y Medio que se preciara de tal, un espectáculo de pelo rubio estirado por mor de claros dogmas de fe hasta rozar el dolor: el oráculo definitivo. Su mirada celeste me había hecho pupita varias veces, de forma huidiza, como avisando: quizá llevada por eventuales arrebatos de humanidad que yo ya intuía predecesores de un big bang irremediable. Y no erré: a la altura del Pájaro la niña me miraba como queriendo comerme a bocao limpio...
"¡Tú no mire!", me dice, haciendo como que cerraba una cortina invisible con la mano y a continuación poniéndose en jarras.
La madre del cutis impoluto le riñe: "La mujé no te está diciendo ná..."

La lagartija rosa abre los ojos como si se fuera a comer un bollicao y dice:
"¿Tú sabe que yo tengo un tío policía?"
Niego con la cabeza; estaba acojonada.
"Pué voy a llamá a mi tío pa que te ponga una murta..."

Me bajé en la siguiente.
"Angelico..."

CÁRCELES DE DOS ACERAS



Las tetas de mamá.
Enfilar Sagasta doblando la de Cervantes y encontrarle en la esquina: con hechuras de putero a diez euros la fiesta, empalmes de cigarrillo y un embarazo de nueve meses. 
Su pelo sí, eso sí, aquel negro y espeso que pasaba bajo mi balcón; los andares de guapo de barrio...
Aún conservo los doce años enlatados en un diario chico, aquellas edades de trenzas y latigazos en el vientre, las vueltas a la Plaza de San Antonio para encontrarle o no, los ensayos de besos en la almohada, la frustración de no ser la rubia aquella...

Podría haber sido un Don Ignacio, si lo hubiere deseado, un Nachete quizás, como otro cualquiera o un Nacho moreno y mujeriego de los que atacan a la yugular y derrumban emperatrices: cualquier cosa digna.

Me miró, eso me llevo; un regalito a destiempo. Yo deslié una sorpresa, la huída y cerré los ojos.
Allí, cerca, la casa de mamá: "Salvaora", recuerdo.