jueves, 11 de agosto de 2011

Ecce abeja, el tapiz de lana y la fila de pasajeros (quizá fuera un sueño de Alicia...)

Cuando recoges el cuerpo envolviendo las rodillas con los brazos y las apoyas sobre el pecho, se abren las puertas del universo; el universo pequeño, el gran universo.
Eso mismo hice.
Fue entonces cuando encontré una peregrina abeja recorriendo un espacio pequeño del suelo rojo y casi hubiese sido posible no haberla visto si el silencio del monte lo hubiera dispuesto de otra forma.
Una realidad negra y amarilla marchaba sin detenerse a la izquierda de unos pies que no me pertenecían.
En aquel momento me di cuenta de que las abejas no solían caminar tanto. 
En efecto; no era un mérito suyo aquella diligente procesión, la abeja había muerto y era llevada por devotas costaleras como un trono en un culto religioso.


Ignoraba dónde exactamente estaba el hormiguero y si el abdomen de la abeja cabría por él. En buscar el hormiguero comencé a pensar cuando un trueno terrible llamó mi atención justo por encima de mi cabeza... Una fila de pasajeros sentados en cómodos sillones estrechos se empeñaban en llegar a algún lugar.
Me propuse entonces ir con ellos dónde quisiera que fueran: "A cualquier lugar", pensé.
Y mis ojos miopes se esforzaron en seguirlos tenazmente. "¡Esperadme, esperadme!", les decía.
Los imaginé sentados ordenadamente escuchando música o leyendo el periódico sobre asientos de altos respaldos, mientras azafatas con bonitas piernas atendían a sus peticiones.
"Van a Italia.", me dije. "Van a Italia todos en fila, y una ensalada de tomates, queso y albahaca les recibirá muy pronto."


Me pregunté por qué nunca antes había visto ni oído un avión por encima de aquellos montes y me pareció que aquello era algo feo de todas formas.
Puse todo mi empeño en empujarlo más allá de los montes y poco a poco lo fui convirtiendo en un mosquito cada vez más pequeño.
Sé que hubiese sido difícil convencer a alguien de que aquel puntito minúsculo sobre el cielo era en realidad un mosquito volando hacia Italia con una fila de pasajeros en su interior pensando en ensaladas de tomate, queso y albahaca.


Aunque este hecho no hubiera sido nunca un problema para mí, porque pronto conseguí olvidarlo. Tan rápido como mis ojos miopes volvieron a contemplar el cielo con su justo color azul, sin mosquitos diminutos.


Yo no había cambiado mi postura en todo el tiempo y me mantenía recogida como las velas de un navío confiando en el buen viento... entonces, al bajar un poco la vista, me topé con la verdadera razón por la cual había subido a lo más alto de la casa en aquella hora mágica: observar cómo se tejía un denso tapiz de lana de alcornoques... hasta el límite de mi horizonte.










6 comentarios:

genialsiempre dijo...

!que bonito!, se me ha hecho corto, quiero más........

Cuenticiente dijo...

¡Me alegra que te haya gustado! Parece que una niña nos lleva de la mano durante todo el cuento. Es como dejar que nos acaricie un airecillo suave. Favonio que del horizonte llega...

angela dijo...

Me encanta tu relato seguiré tu huella.Un bst.
Si te apetece te invito a
http://angela-desdemisilencio.blogspot.com

Equilibrista dijo...

Oye, yo también quiero que siga! Me han entrado ganas de saber más del tapiz de alcornoques. Me ha gustado mucho lo de "lo fui conviertiendo en un mosquito cada vez más pequeño" y lo de los tomates. Me ha gustado mucho cómo lo cuentas. Se te da muy bien esto de relatar tus crónicas vitales. Ésta la has bordao :) como un tapiz pero de letras ;)

Cuenticiente dijo...

Gracias David. yo sabía que te iba a gustar este cuento sacado de la imaginación de Alicia. Te prometo que me volveré niña para escribir más.Gracias.

Cuenticiente dijo...

Gracias Ángela, gracias por subir a la cornisa y quedarte un ratito.