miércoles, 18 de septiembre de 2019

Cuánta gente en el tren. Gracias a esta circunstancia podré no llorar. Por vergüenza. Llorar es vergonzoso, reír no. Eso lo puedes hacer en un vagón lleno de gente.
Hoy fue un día duro, estuve en shock casi toda la tarde, desde que salí de la consulta del especialista. «Un caso complicado, difícil» dijo. Y caro, añado yo. Lejos de estar segura de poder asumir los gastos de la medicina privada, mi ánimo sé hundió hoy muy adentro de la tierra. Vagué por las calles de Sevilla durante horas, sin saber a dónde iba, bajo el sol, sedienta, llorando, tropezando con adoquines y preguntando de vez en cuando a cualquiera la dirección a la que quería llegar. No tenía suelto para el bus, pero no me importó andar. Me hubiese arrojado, también sin importarme, al asfalto asfixiado de tráfico.
Ahora vuelvo a casa. Aún me quedan tres cuartos de hora de espera del bus que me llevará a Chiclana. Después, cruzaré los dedos para encontrar un taxi.
Intentaré dormir ayudada por una pastilla. Es lo más parecido a morir que puedo hacer hoy.

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