Padre, a ti quiero llegar con mi lamento, pues mis dolores no me dejan hilar razones, sino sólo tender mi voz ante ti, esperando en esta fe que, tu infinita paciencia, me tenía guardada todos estos años. Es por ello que no quiero apartarme de ella; que aun en terribles momentos de salud intento sostenerla, como un paragüas bajo la tormenta. Me empaparé, pero seguiré hacia adelante, aunque hoy mi mente no logre, por culpa de este dolor físico, conectar con tu frecuencia divina. Dejaré tendido ese lazo, aunque hoy no te sienta, porque sé que tú estás al otro lado, aquí, me contienes. Mi única tristeza es mi miedo a este dolor de mi cuerpo; me desespera hasta sentirme morir... La tristeza de sentir que no estoy a la altura, que mi fe es minúscula, me atormenta y me avergüenza.
Es necesario, lo sé, y tu plan mayor contempla mi necesario sufrimiento. Por ello alzo mi voz hacia tu inconmensurable luz, como quien pretende atravesar un río sin saber nadar.
Te amo, Abba.