martes, 18 de diciembre de 2012

UN POLVO DE ESTRELLAS

No supe nunca cuántos años luz habría recorrido, ni qué misterios cósmicos hubieron visto sus ojos.
Lo único que puedo saber con certeza es el motivo de su largo viaje.

No hubo vibración que saliere de su garganta, ni estremecimiento alguno conmovieron jamás sus huesos.
Su empeño firme y calmado sometieron la desconfianza que me provocaba su cuerpo sin sexo; el hecho de imaginar que sería incapaz de dar placer.
Ofrecía sin embargo una imagen andrógina, bella, armoniosa, de elevada estatura y piel como la ardora que me excitaba lentamente, como una marea que penetrare pausada en la tierra, lamiéndola voluptuosa, recreada en el poder de invadir la intransigencia y convertir mi voluntad en una solicitud apremiante y desesperada, mi aliento en sonidos guturales, subterráneos, apostándose al fin sobre mis labios en gotas de saliva que repartía con mi lengua sobre su rostro.

Una y otra vez percibía la intención de sus deseos como una voz susurrante en mi mente, después de forma clara cuando aquellas olas cálidas se extendieron por mi vientre, acelerando mi sangre.
Entonces se colocó a mi espalda y comenzó a tocar la nuca con sus dedos, la frente, el rostro. Suavemente, rociando mi cuello con su aliento.
Los mejores polvos de mi vida se sucedieron de nuevo en mi cuerpo, uno tras otro, como un caudal desenfrenado de agua... y pronto fui un mar de saladas esencias, temblorosa y vencida.

Cada roce era una nueva sacudida, agotadora, que dejaba mis recuerdos vertidos generosamente en su ser. Se alimentaba de mi placer y de nuevo me lo ofrecía, en un flujo de energía sin fin.
Su firmeza, la confianza que aquel ser transmitía, inoculaba en mis venas un placer infinito tan sólo con la tibieza de sus dedos. Jamás me había sentido tan hembra, tan deseada, tan perdida...

Fue entonces, llevada por un placer desbordante e impulsada por un recuerdo tan ancestral como indomable, cuando hallé en mi boca su carne, desgarrada entre mis dientes en pequeños hilos.

Despojada de todo recuerdo observé la terrible herida en su cuello y el manar impetuoso de sus arterias.
Lejos de sentir nada más, apresuré mi deseo más anhelante y comí de su carne blanca y suave hasta poseerle...

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