sábado, 10 de abril de 2010

"EL BUSTO DE ANTOÑITA"

De papá pedante y mamá amantísima, heredó Antoñita su busto. Lucía tieso y firme, inalterable aun después de tantos años.

Antoñita lo cuidaba con pasión y con entregada devoción, al igual que todos los demás tesoros que sus padres le dejaron.

Después de sus ojos como almendras, sus altos pómulos y las manos de señorita el busto era lo que más le agradaba.

No obstante, acompañaba con entrega absoluta al resto de testigos materiales de la próspera existencia de sus padres... el sofá de terciopelo, el soberbio aparador de madera de caoba, o el enorme sagrado corazón que dignamente ahogaba con su presencia la salita de estar.

Antoñita era la fabulosa comisaria de la regia exposición, la guardiana de la cueva de Ali babá, sin importarle jamás las arrugas de su cara ni el deseo de su sexo.

Y así, pasaba sus ratos frente al televisor con cara de perrito pequinés, sentadita en el viejo sillón de cuero con orejas.

Así observaba y admiraba el busto.

A Marita le tocó conocerlo un buen día de primavera, cuando comenzó a trabajar en casa de Antoñita, la cual obligaba a quitar el polvo con asiduidad y primor.

Marita lo miraba con espanto, y no comprendía qué pintaba aquel busto viejo y absurdo en la salita...

Un suspiro de resignación se le escapaba a la pobre inocente cada vez que entraba en la salita con su trapo seco en la mano.

El sagrado corazón le miraba con ojitos de miel, pero a ella se le antojaba pensar que aquella mano levantada no era otra cosa sino una advertencia de que debía obedecer a lo que le pedían; quitarle el polvo al busto. Y el busto de Antoñita miraba, desde su mesita, con aquel paño de encajes bajo la peana de mármol verde.

Altivo, imperturbable, con sus ojos de bronce vacíos, fijos en un horizonte que debía estar tras ella.

Le retó. "¡Hoy no te limpio el polvo... aunque me gane un improperio, que seguro!"

Volvía entonces a mirarle, pensando que quizás padeciera algún virus intestinal, o que estaría rezando un padre nuestro, y que aquel sería el motivo por el cual pudiera estar tan serio.

Pasó lo suyo intentando eludir el trabajo de tener que sacarle brillo al muerto. Porque sí, muerto estaba, que bien sabía Marita que se encontraba bajo tierra desde hacía bastante, que ella algo estudió vamos. Y que se le había respetado mucho, su suegro sin ir más lejos, respetaba tanto al muerto que cuando ocasionalmente hablaba de él, miraba de reojo a derecha e izquierda, y tras percatarse de que nadie le escuchaba bajaba la voz hasta convertirla en un susurro lineal.

Pasaban días,...días todos iguales en casa de Antoñita. Hasta que uno de ellos dejó de ser idéntico a los demás. Marita decidió revelarse contra aquel busto que tanto repelús le daba. Sabía que su decisión traería consigo perder el trabajo, pero...

Aprovechando un oportuno descuido entró en la salita. Al principio los ojos melosos del sagrado corazón le hicieron dudar, aunque al fin determinó que lo tiraría por la ventana, en aquel mismo instante.

Temblorosa se acercó al muerto y cogiendolo por el cuello, que era por dónde mejor se agarraba, se acercó a la ventana.

Era temprano, no por ello, dejaba de pasar gente por la acera.

"Venga a la de tres", pensó. Pero de repente, se dió cuenta...

"¿Y si el muerto mataba a alguién?"





Antoñita se llevó mucho tiempo intentando rescatar a su recuerdo del fondo del río, pero el ayuntamiento no le permitía hacerlo.

¡Después de que aquella descerebrada de Marita le confesara lo que había hecho!... Su vida se había convertido en una terrible pesadilla sin su busto querido, sin su precioso recuerdo. Nada podía hacer al parecer, para rescatarlo de aquella indigna y oscura fosa a la que lo arrojaron.



Dedicado a las personas justas que injustamente la justicia juzga.

10 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

También es injusto que nos tengas tanto tiempo alejados de tu formidable inspiración e imaginación.
Me alegra saber que sigues ahí, con tus letras cargadas de realidad sobrecogedora.

Un beso y espero que hasta pronto.

Ignacio Bermejo dijo...

Preciosa historia que me trasporta a una realidad mucho mas cierta y quizas mas dolorosa. Me ha encantado leerte y descubrite. Un beso.

Cuenticiente dijo...

Muchas gracias Pedro por acordarte de pasear por estos lares. Me alegra que te guste la entrada.
Ignacio, un halago para mí tu comentario, gracias por tu atención, y por subirte a la cornisa. Un abrazo.

Carmen dijo...

Como dice tan bien dicho Pedro, tus relatos están cargados de realidad sobrecogedora, y este lo vuelve a demostrar. Me alegro que vayas colgando cositas, aunque me imagino lo difícil que te será sacar tiempo para ello. Un besito, guapa.

Unknown dijo...

Esta cornisa cada vez me gusta más. El horizonte que se contempla desde ella es, a veces, el que sueño por las noches,cuando no puedo drmir.
Un beso,y nos vemos prontitoooooo.

Anónimo dijo...

busto con pañito...parafernalia de una existencia que conforman un medio ambiente...del que no se puede prescindir sin desarraigarse...habrá que rescatarlo...como esos muertos que yacen en hoyos sin nombre...habrá que rescatarlos para que los vivos puedan reconocer su existencia. Fita

Cuenticiente dijo...

Sueño con un día en el que la justicia deje de estar politizada, ¡ingenua que soy!, y que de una puta vez se respete el dolor.
Gracias por asomaros a la cornisa...

genialsiempre dijo...

No sé porque no consigo que aparezca mi comentario, pero ya te deje uno diciendo lomucho que me gusta este texto y lamentando que no escribas más a menudo.
Bueno que escribas y que te dejes ver.

José María

Anónimo dijo...

Precioso relato.
Me trajo a la mente a mi abuela, que se volvió loca, en el sentido literal de la palabra, cuando una de sus hijas le tiró todos los recuerdos, historias en papel y madera y otras representaciones de historias pasadas, a la basura.
Mi abuela cayó inmediatamente en una demencia total que la llevó a la muerte.

Un beso.

Cuenticiente dijo...

A veces, los recuerdos materiales nos siguen marcando el camino. Siento que ocurriera lo que me comentas.
Un placer encontrarte en este rinconcito.