lunes, 13 de diciembre de 2010

LA MAÑANA

A las siete y media, como siempre.
A esta hora armada de buena escoba, reojos y bostezos salía Marujita al portal de su casa chica, aún más vieja que ella, de paredes encaladas y techos de vigas.

Bartolo ya movía la cucharita del café aventurando el pegote de leche condensada entre hilillos de color negro.
Su cuerpo grande, incómodo sobre la banqueta de la cocina, hacía chirriar todo el armazón, y presagiaba un pronto encuentro de su trasero con las baldosas de la cocina.

El ris-ras de la escoba llenaba el aire de mañana. Más que el café y más que el frío.
Bartolo encendía entonces la radio con sólo estirar un brazo, y sus dedos regordetes se columpiaban de izquierda a derecha con la ruedecita de la emisora. A él le daba igual qué escuchar, cualquier cosa mejor que los pasos de baile de la Maruja...
Entonces ella asomaba la nariz por la reja de la cocina...

-¡Toooolo!-le reñía-¡qué me va a dar la jaqueca!

La luz desperezaba las copas de los árboles y encendía las pupilas de la Maruja. Ya sabía ella que la Carmela vendría doblando la esquina con su bolsa de tela colgada del brazo.
Como todos los días le entretendría un ratito para ver qué le sacaba.
Ella le diría que la prisa la empujaba para ver qué pescao había madrugado... que la niña Sole la estaba esperando con las camas "ventilás". Pero a la Carmela esas excusas no le valían para nada. Maruja se la llevaba jalando la bolsa sabiendo que Carmela venía detrás.

Delante del frutero de la cocina, envuelto en papel de plata para no mancharlo de jugo de peras maduras, le ponía el café todos los días.
Allí les daban a las dos ratos tejidos de cotilleos y recuerdos. Sin gana al principio, pero sólo al principio. Que después le cogían el gusto y allí se quedaban, y muchas veces ni pescao ni pan llevaba la Carmela pa su casa...

Hoy la Maruja tenía el bolsillo de la bata una mijilla descosío. La impaciencia le hacía enganchar el pulgar sobre el encaje, y es que la noticia se le escapaba sola.
Carmela se venía por la esquina con sus adornos de arrugas y su tiara de plata. Ya sabía que hoy también ná de ná; que comían su Sole y ella otra vez verdura del huerto y huevos del corral.

La cocina de Maruja olía a café requemao. La candela todavía estaba encendida echando llamas naranjas en vez de azules, intentando resistir al café derramado.

La taza de Bartolo estaba vacía, la radio en el suelo y él sobre ella. Sus manos regordetas agarraban con fuerza el mantel de hilo, y en sus ojos abiertos se había detenido como un dedo de dios, un rayito de mañana recién levantada...

6 comentarios:

El Drac dijo...

Bonito relato y cómo puedes hacer de algo tan cotidiano una historia llena de luces y animación. Un gran abrazo

Cuenticiente dijo...

Gracias amigo, un placer tenerte cerquita.

Anónimo dijo...

Y todo eso por haber nacido...
¡Es que no aprendemos!

Unknown dijo...

Chari,hija, conviertes historias diarias en relatos únicos.
Qué arte, chiquilla..

Cuenticiente dijo...

Si es que... Víctor, por eso lloramos tanto cuando nacemos. La mitad lo mismo es que no quería.

Cuenticiente dijo...

Gracias Ana, besote.