lunes, 18 de octubre de 2010

DE CHICLANA A LA ISLA.


Ya tendría yo que haber advertido que no iba a ser un viaje como tantos otros...
Tendría que haberlo advertido cuando casi subo al autobús equivocado.
Menos mal que la "porfía" que mantenía con aquella impertinente señora de pelo como esparto, me salvó de colarme en Puerto Real en vez de en la Isla.

-Que no... Que éste autobús tiene parada en el "Eroski" que yo lo sé -le decía yo.
-No, no, no... Te digo que no.-me replicaba.

Perpleja por nuestra discusión, la argentina emisora de la fatal pregunta nos miraba tras sus gafas de sol frunciendo el ceño y manteniendo el tipo.

-Es que este no pasa por el "Eroski", va "pa" Puerto Real.-aclaró la del pelo oxigenado.
"¡Ostras, pues menos mal!", pensé.

-Nada, tiene usted razón, estaba confundida.-y dirigí una sonrisa a modo de disculpa a las dos señoras.
Otro autobús del Consorcio hacía su aparición en aquel momento, y tarjeta en mano me aseguré de que, efectivamente, era el mío.

-¿Es usted "San Fernando"?-le pregunté con guasa al chófer, asomando por la puerta abierta.
-No. Yo soy Juan Antonio.
-Ea, pues ya está.

La argentina y yo subimos al autobús de San Fernando. Ocupamos los asientos delanteros y aproveché la compañía para charlar otro poquito.
Juan Antonio venía bastante "colorao"; la mañana había dejado los trece grados de las ocho para encapricharse de calorcito primaveral.
El último en subir fue un señor con moreno de campo y casi ningún diente sano, que pidió que le abrieran la puerta trasera.

Al momento, un estruendo exagerado hizo que nos volviésemos todos.
Juan Antonio se levantó de un salto de su asiento, y abrió la portezuela del conductor.

-¿Pero qué es lo que quiere "meté" ese hombre ahí Dios mío?

El buen señor, ayudado de una carretilla, subía una a una más de veinte planchas de hierro oxidado con remaches en los filos. Y allí, en mitad del autobús las iba amontonando sin hacer caso de los aspavientos e incordios del chófer.
Yo, que seguía con la guasa, le dije a la argentina:


-No se preocupe usted. Esto es una cámara oculta...

La gente miraba la escena entre atónitos y divertidos. Era surrealista.
El señor de las planchas sudaba como un pollo cogiendo cada una de ellas, a la vez que producía un ruido tremendo cada vez que dejaba alguna en el interior del autobús. Parecía que estaba trabajando en el dique...

Juan Antonio pasó de un colorao aceptable, a color gamba cocida mientras hablaba por el móvil con el señor inspector de la empresa.

-Pero déjelo "usté" "chofe", que yo lo agüanto y no je cae, joé, ¡de "verdá" que no, "chofe"!.
-¡Pero que es peligroso, que usted no puede subirme eso ahí, por "Dió"...!
-"¡Ji la traío yo der Pago l'umo y no man disho ná, chofe...!"

Juan Antonio le había pedido una escoba y un recogedor al chico de la tienda de frutos secos, que estaba abierta allí mismo, y recogía con poca destreza la suciedad que las planchas iban dejando.
Entre los viajeros la espectación era creciente.
La argentina se había quitado las gafas, y miraba la escena con los ojos abiertos como platos.

Yo pensaba en el apuro del pobre hombre con sus planchas, pero bien sabía que no dejaban subir ni una bicicleta, que fastidiada me quedé el día que me enteré y tuve que desistir en dar paseítos con mi bici por el Novo...
Abandoné la idea de llegar a la hora prevista al trabajo en el mismo instante que imaginé que aquello iba a acabar mal.
Pero en contra de mi pronóstico, el buen hombre entró en razones y fue al fin bajando una a una sus planchas de hierro del autobús con idéntico estrépito, y colocándolas de nuevo sobre la carretilla en la acera.
El autobús de la Isla salía entonces con quince minutos de retraso, mientras el señor se alejaba bordeando la hilera de taxis de la acera de enfrente...

Juan Antonio recuperó poco a poco su color "coloraíto" natural.





8 comentarios:

Gitana dijo...

Chari hija que arte tienes para contar estas cosas, siempre me quedo con ganas de más. Un día nos vas a llevar a uno de tus viajes en autobús porque por lo que se ve dan pa mucho.
Por otro lado, estoy contigo en cuanto a lo de subir la bici en bus :( snif snif.

Besos bonita!

Cuenticiente dijo...

Esto es un mundo aparte, de verdad.
Supongo que todo tiene su parte buena, y entre ir en autobús y esperarlo a veces durante casi tres cuartos de hora, se viven muchas cosas.
Me encanta que te guste, la historia es completamente real, y me sucedió ayer por la mañana. ¡Si es que...!
Y lo de la bici: PLATAFORMA PRO-CICLISTAS SIN COCHE EN CHICLANA.
¡Ele!
Besote.

genialsiempre dijo...

Tenías que editar un libro "Anécdotas de autobús", sería un pelotazo.

Cuenticiente dijo...

Habría que ampliar... trenes, aviones... y como no: nuestro vaporcito.
Oído cocina.
Gracias Jose María, me agrada que te vengas un ratito por el blog.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Chari, me he divertido muchísimo leyendo esta historia, casi que se puede visualizar y todo. Ole ese arte, me encanta.

Ah, sobre los tacones de aguja tengo mucho que contarte, hace un siglo que no me los pongo pero eso sería una larga historia.

Besitos de Eva Chiclanera.

Cuenticiente dijo...

Pues gracias compi. Son curiosas las cosas que pasan en los autobuses...
He abierto un nuevo apartado en el blog: "Cajón desastre". Dará cabida a las ideas y observaciones más disparatadas que se me ocurran.

Sobre los tacones: que nadie nos obligue. Si no, los usamos de arma arrojadiza, jeje.
Abrazo.

Carmen dijo...

Uyyy, casi pensé que hablabas de mi hermano...él también conduce los autobuses urbanos, los amarillos, y también lleva el recorrido chiclana-la isla. Un día te lo presento, a ver si ya que te pasan tantas cosas en los buses, te hace una rebajita, jaja. Un beso.

Cuenticiente dijo...

Pues los conozco a todos, y todos me conocen. Y a mis niñas también, que a veces forman cada pajarraca que no veas.
Estaré encantada de decirle que te aprecio tela.
Besote.