miércoles, 2 de enero de 2013

LA CATA


LA CATA


“Hará un mes que entraron por el Puntal y al ná los teníamos encaramaos aquí como gatos a un visillo. Los ojos así azulito, sin calor ninguno, dándose al cante y a la güasa, con aquel color salmonete de la cara por el sofoco del vino que daba un no se qué de repelú...
Charito vino a darle a uno así con bizquera, un puntapié con unas ansias tales, que llegó de cabeza a una de las barricas ahí puestas pa las Indias. Wilson, le decían.
Buscaban encontrarse con el Portocarrero, que de eso me enteré cuando ya iban embarcaos de vuelta pa su tierra, porque a esa gente no había quién los entendiera con el cante y la borrachera del Jerez y era aquello un voleteo de prendas y botas. ¡Qué iban a decir los guachinay y qué iban a saber!
Nosotros con un miedo en el cuerpo... y la Charito como si no fuera con ella. Ahora sí que me acuerdo; yo no sé qué le entró a la muchacha. Algo sería, porque me anda suspirando desde entonces entre los destrozos de las barricas y se perfuma el escote con un pañuelito empapao en sherry...”

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