miércoles, 23 de junio de 2010

ÍCARO. Año 2035. Fase II.


Mi madre murió horas más tarde. A mí me encontraron en aquella habitación sucia y derruida, arrebujado entre la basura y las ratas. Me cansé de llamarla, aunque no podía decir su nombre. Ya me había comido todo el oxígeno que quedaba y el dolor, que aún no conocía hasta entonces, se adueñó de mi garganta. De vez en cuando me acompañaban algunos pájaros que, ajenos a mi llanto entraban y salían por alguna grieta en la pared. Supongo que allí volví a nacer. Pero lo que sentí entonces no se parecía en nada al calor del pecho de mi madre.
Unas manos delgadas clavaban sus dedos con fuerza en mi carne. Ya no tenía fuerzas para llorar, tan sólo pude entreabrir los ojos un momento; la tarde debía de haber llegado, no escuchaba a los pájaros. No había luz. Solamente acerté a ver un demacrado rostro que me resultó familiar, un rostro que iluminaba en parte la lumbre de un cigarrillo.
Recuerdo haber sentido frío... y sus gritos, sus expresiones lánguidas y sus lamentos. Entre unos y otros fuí zarandeado como un fardo. Voces que conocía, sonidos guturales se mezclaban con otras que guardaban palabras claras, concisas.
Caí al suelo, un dolor más agudo y terrible que antes hizo que mis pulmones tomaran el aire suficiente para volver a llorar.
Fue entonces cuando se grabaron en mi memoria los destellos azules, eléctricos, de los coches de policía.


Después de aquel incidente mi vida quedó atrapada en un espacio de ingravidez. Durante años me limité a mirar desde el cubículo estrecho de mi introversión. Desde allí juré a la noche que vengaría la muerte de mi madre, desafié a la pestilente jerarquía y la maldije por haber abandonado también a mi padre. Él sólo cometió un error. Creyó, como Ícaro, que alcanzaría el sol con sus alas...con aquellas alas.
Mi madre le había amado, siempre habían compartido las jeringuillas y las dosis. Él le traía todos los días el fruto de su trabajo; casi siempre conseguía saltar por encima de alguna tapia, escapar de quién le perseguía, huyendo, pero aferrándose como un loco a lo que había robado.
Después sonreía a mi madre mostrándole sus encías hinchadas que encerraban dientes podridos cayéndose a trozos.
Mi madre tenía ojos de gacela. Recuerdo que eran grises, grandes como lagos... pero grises como los días de tormenta, como los días tristes de tormenta.
Aquella fría noche de noviembre, la había pasado dando vueltas en aquella habitación llena de basura y orina, fumando.
Apenas conseguía llamar su atención; de su pecho sólo había salido un hilo de alimento que yo había succionado con avidez mientras ella se quejaba de dolor. El resto del tiempo mecía su cuerpo y el mío, ajena al mundo, intentando encontrar el punto exacto que la transportara a otro lugar. Debí de quedar dormido, aún era de noche. Mi madre... Ya no volví a verla jamás.

A mi padre lo encontraron por la mañana bajo una adelfa del parque. Había saltado la verja de la entrada, buscando un lugar tranquilo para pincharse. Debía de haber tenido horribles temblores hasta llegar con su dosis. Aquel día no había conseguido dinero, aquel día olvidó a mi madre.
Ella agonizaba tras un camión de reparto de verduras, en la puerta trasera de un restaurante. Sus ojos de gacela estaban abiertos, pero los hermosos lagos no estaban; sus largas pestañas enmarcaban la terrible escena de unos ojos en blanco.
La encontraron sobre las nueve de la mañana, cuando el dueño del restaurante casi atropella su cuerpo al arrancar la camioneta.
El forense sólo se dignó decir: -Otra "yonki" más cosida a puñaladas...


Mientras la gente se entretenía en odiarse, yo desarrollé mi adicción a la cocaína. De todas las drogas era la que permitía aparentar un cierto disfraz ante la sociedad, aunque fue ella quién me eligió a mi.

Trabajaba de camarero catorce horas diarias, y todo lo que ganaba lo gastaba en drogas. Ni siquiera mi chica se dio cuenta al principio; pasé dos años con Elsa hasta que una noche la mandé al hospital con la nariz y dos costillas rotas a base de patadas.
La cárcel fue mi infierno, un lugar en el que las horas se miden por días, por años. En el que el tiempo se para frente a ti para reírse en tu cara. Un lugar en el que seguir esnifando, codeándome con las altas esferas de esta mierda de vida.
Hasta que llegaron ellos.

Nadie avisó, nadie sabía nada. Tan sólo llamaron a unos pocos desgraciados que todavía conservaban algo de coraje, como los peces que dan saltos en las redes en su desesperado intento por volver al mar.
Fuimos tres los indultados.

El experimento, propiamente dicho, comenzó hace una semana. Hasta entonces todo habían sido exámenes y pruebas médicas.
En la enfermería de la penitenciaría transcurrieron los primeros días, aquellas primeras horas de "mono" en las que un psicoterapeuta era el encargado de iniciar el tratamiento contra la adicción controlando nuestros niveles de ansiedad y depresión a la vez que se normalizaban las rutinas de sueño y el apetito.
Durante este breve periodo de aclimatación, en el cual desarrollamos técnicas de orientación cognitivas-conductuales, comencé a notar cierta lucidez en mis razonamientos y pude constatar que todo aquel esfuerzo y despliegue de medios humanos y técnicos no eran precisamente por una causa humanitaria ni altruista.

El siguiente paso consistió en someternos a una prueba respecto a la cual informaron: "Es una tomografía por emisión de positrones a fin de establecer los daños irreversibles que la cocaína ha causado en el cerebro".

Nos trasladaron a un centro hospitalario alejado de la cárcel en un automóvil de alta gama. En el interior una mampara de cristal oscuro nos impedía ver al conductor, así como la ruta que, por un camino sinuoso y escarpado nos llevaba hacía nuestro nuevo destino.

A nuestra llegada y sin demasiados preámbulos, nos invitaron a caminar por eternos e inextricables pasillos pintados de un color crema con suelos de linóleo claro que brillaban escandalosamente bajo nuestros pies, reflejando las níveas lámparas encastradas en los techos.
Nos acompañaban dos hombres con traje gris, que apenas hablaban. Sus rostros, asombrosamente también grisáceos, no mostraban señal gestual alguna, tan sólo efectuaban periódicas consultas a sus clásicos relojes de muñeca, modelos del siglo pasado, de manecillas y números romanos. Tal vez piezas de colección.

Rara vez pudimos comprobar la existencia de alguna puerta, con lo que nuestra incursión comenzó a parecerme el camino inexorable a una nueva reclusión. Algo diferente sí, pero debido al ambiente aséptico y solitario, empezaba a causarme preocupación y desasosiego.
Esta ansiedad inicial fue gradualmente creciendo, hasta llegar a una sala de grandes puertas pivotantes con "ojos de buey" enmarcados en madera. En su interior, una vieja máquina de principios de siglo esperaba nuestra llegada.
Cada uno de nosotros fue inyectado de un radiofármaco tras lo cual tuvimos que guardar un breve reposo. La exploración se prolongó durante cuarenta y cinco minutos.
Al salir de la sala, me percaté de que mis compañeros no estaban. Pregunté por ellos extrañado, a lo que los hombres grises respondieron con un leve movimiento de cabeza, indicándome la entrada a un despacho contiguo.
Allí esperaban dos médicos que, con una amabilidad diplomática, respondieron a una tímida pregunta que decidí formularles. "Mi cerebro había perdido cierto porcentaje de actividad, el daño a mis neuronas era patente; esto reflejaba la ausencia del color rojo que les ofrecía la tomografía".

Hasta el momento sus poses habían sido amables, cuestión que agradecía bastante. Nos habían prometido que saldríamos de nuestras adicciones si cooperábamos.
No parecían hispanos, sus rasgos no hacían sospechar que lo fueran. Más tarde concluí que  me encontraba ante científicos californianos, algo que me hizo reconocer que o bien habían sido educados en nuestro país o que tal vez poseían una increíble habilidad para los idiomas, ya que su acento castellano era perfecto.

Quizás fuese exagerado, pero conocer aquel detalle me produjo un ligero temor. Intuía que la razón verdadera por la cual nos habían trasladado hasta aquella clínica no obedecía simplemente a procurarnos una cura para nuestras adicciones; existía algo más, algo que desconocía por completo. Demasiadas atenciones, demasiada conmiseración y respeto para un drogadicto preso, sin bienes materiales ni dinero, sin familia alguna que lo esperase a la salida de la cárcel.

Los acontecimientos a partir de aquí han ido sucediéndose de forma vertiginosa.

Me sentí halagado al recibir una hermosa habitación, tranquila y diáfana que ofrecía una espléndida vista hacia un jardín exuberante. Tras unos amplios ventanales sin cortinas ni persianas se apreciaba una composición excelsa de plantas y árboles, en su mayoría tropicales. Ejemplares fascinantes por su tamaño excesivo, cuestión que no me pasaba desapercibida aún sin poseer conocimientos suficientes al respecto.
La cama cubierta por sábanas de lino, confortable, me parecía el mayor regalo del cual hubiese podido disfrutar nunca. Durante algunos minutos permanecí quieto acostado sobre ella, entretenido en el recuerdo de Elsa...

Sobre una larga repisa de mármol blanco se habían colocado objetos de escritorio y una lámpara de sobremesa de aspecto clásico. Los médicos me habían aconsejado escribir mi historia y así lo hice, hasta llegar al punto en el que me encuentro. Dijeron que éste sería un buen ejercicio para mi recuperación, y un instrumento perfecto para su trabajo.

Me han informado de que mañana volverán a someterme a otras pruebas. Han alabado mi paciencia y mi serenidad. No han querido comentarme demasiados detalles acerca del tratamiento; tan sólo me han asegurado que curará para siempre mi adicción a la cocaína. Será sencillo, indoloro y mi organismo experimentará una mejoría inmediata.

Hoy les había notado algo inquietos, desde hacía días sólo recibía las visitas de los dos médicos americanos. Como todas las mañanas mi rutina había consistido en una extracción de sangre y la toma de una muestra de orina, así como la medición de mi tensión arterial y mi temperatura, tras lo cual y después de un copioso desayuno, disfruté de mis diarios paseos por el hermoso jardín.
Las tardes transcurrían en un estado de semi vigilia inducido por ellos, ya que me administraban algunos medicamentos destinados supongo a tal efecto.

Esta noche concluyo el relato; me permití la licencia, en su comienzo, de escribir detalles sobre mi vida anterior al ingreso en la cárcel, a mi terrible adicción. He mencionado a Elsa...
Espero que pueda olvidarme, no me siento orgulloso en absoluto de cómo la he tratado.
Elsa... "

NOTAS FINALES

Día tres del mes cuarto del año 2035.

El sujeto fue sometido en la mañana de ayer.
La primera punción se realizó con éxito, normalizando en su organismo a las pocas horas los niveles de colesterol en sangre.
Los agentes reparadores y restructuradores finalizaron su cometido exactamente a las 13:05 horas del día. Se procedió a su reabsorsión a la 13:18 horas.
El sujeto mantenía un discurso coherente y cordial en todo el proceso de la primera fase.

En la segunda fase del experimento se procedió a inyectar cinco centímetros cúbicos de solución salina por vía intravenosa, transportador de 100 trillones de nanomáquinas de cadenas de ADN sintético. Las máquinas moleculares, dirigidas por nanoordenadores con la supervisión del doctor Seiman, de la Universidad de Nueva York, debían alcanzar el cerebro del enfermo y reestructurar la fisiología del mismo, estableciendo la creación de nuevas células neuronales y reparando la capacidad cognitiva y de concentración del sujeto.
La experimentación con el medio vegetal ha sido un éxito; el trabajo realizado por nuestros biólogos durante los últimos seis meses sobre las plantas y árboles sometidos al estudio han dado resultados completamente satisfactorios multiplicando por diez su capacidad de defensa ante los agentes externos del medio natural, desarrollando nuevas formas de adaptación y potenciándose de manera autónoma su crecimiento. Hora 15:05.
Doctor Drixton, director de Proyecto de Nanotecnología de la NASA.

Día seis del mes cuarto del año 2035.

Tan sólo dispongo de unos minutos... El sujeto c-t87 sufrió a las 20:50 horas un infarto cerebral, las nanomáquinas están desactivadas.

El objeto de nuestro estudio c-t88 terminó con su vida a las 21:37 horas del día de hoy, tras sufrir fuertes convulsiones y presentar un cuadro de paranoia que nos resultó imposible tratar, debido en parte a la enorme voluntad del sujeto y a su agresividad. En sólo dos días había multiplicado por veinte su fuerza muscular, sus sentidos se habían agudizado al extremo y su inteligencia y astucia estaban fuera de toda lógica aplicable a un ser humano.
Su recorrido suicida ha terminado con la vida de cinco de nuestros médicos colaboradores, para después arrojarse al vacío. Por fortuna su cuerpo quedó atravesado por uno de los cilindros de titanio expuestos en el patio central del edificio. Las nanomáquinas han sido desactivadas.

El sujeto de estudio c-t81 ha conseguido escapar de las instalaciones controladas por video vigilancia aunque se procedió al cierre del perímetro por seguridad. El doctor Drixton y yo hemos intentado en repetidas ocasiones establecer contacto con el laboratorio de nanotecnología de la NASA, así como con la Universidad de Nueva York quienes hasta el minuto presente no han respondido... Quizás no hayan podido llegarles nuestras peticiones de ayuda...
Los sensores de presión que debían recibir la señales acústicas del aparato transmisor de ultrasonidos han resultado inútiles.
Alguien, en el comienzo del proyecto ha debido programar a las nanomáquinas para establecerse como replicadores. Alguien ha omitido el deber de desconectarlos.
"Alguien nos ha utilizado como experimentos a nosotros mismos".
"Hemos sido engañados".
Solicitamos incorporación inmediata en las instalaciones de personal cualificado.
Nos encontramos expuestos.
El experimento ha fracasado.

11 comentarios:

El Drac dijo...

Es increíble como puedes echar un vistazo al futuro y crear hasta máquinas que se habrán de usar, tienes una mente muy ágil y brillante. Te felicito. Un abrazo

genialsiempre dijo...

Oye, muy bueno el relato, pero ¿te has propuesto escribir cual Saramago, sin punttos y apartes, todo de un tirón...?

Pedro Estudillo dijo...

Chari, este relato es brutal, me ha atrapado desde el principio. Podría ser el guión de una buena película. Me gustaría saber cuanto has tardado en elaborarlo y como lo has hecho.
Por día me sorprende más cuánto podríamos aprender de ti.

Un beso.

Anónimo dijo...

¡Guauuu, qué bueno!
Suceden tantas cosas en tan poco tiempo y tan bien hilvanadas.
Un relato futurista, aunque no tanto tal como van las cosas.
Me ha gustado de verdad.
¿Quién no nos dice que todos somos fruto de un experimento? Ese tema se ha tratado en algunas películas. Matrix, El show de Truman, etc.

De todos modos, el protagonista que narra la historia no me parece que esté muy afectado neuronalmente como nos cuenta. La forma de escribir y expresarse no es propia de un demente. Más bien de alguien bien cuerdo e inteligente.

Me has sorprendido, porque siempre te he leído historias clásicas y cotidianas y esta rompe esa tendencia con un ritmo frío, deshumanizado, ausente y matemático y que refleja bien los escenarios que todos imaginamos de en este tipo de historias.

Teniendo en cuenta que la transposición del lenguaje interpretativo seduce la lingüistica metafórica en sus puntos más primordiales, podríamos decir que los parámetros que aquí se subdividen en paráfrasis y sinécdoques no llevan a poder deducir la casuística bilingual, es decir, que el perro se cayó al pozo. ¡¿Ein?! Me l'osplique.

Cuenticiente dijo...

Celebro que os haya gustado. He tardado tres días en escribirlo, a horas robadas del sueño... ¡Qué me gustaría tener más tiempo para escribir!, desarrollar esas ideas que nos "atacan" a todos durante el día y la noche. Pero esta historia debía acabarse...¿acabarse?
Dentro de muy poco tiempo podríamos ser sustituídos por otros cuerpos fabricados a partir de moléculas de ADN sintético... La posibilidad de imaginar es ilimitada.
Jose María, el blooger va a su bola, por más que puse párrafos en orden al escribirlo, nada. Lo publica como le da la gana. Por eso os agradezco MUCHÍSIMO que hayáis leído toda la parrafada central del relato.

Cuenticiente dijo...

Drac, gracias. Que te vengas por la cornisa es un placer para mí. Y estoy feliz porque te ha gustado. Un abrazo, amigo.

Cuenticiente dijo...

Víctor, quizás no me haya documentado bien acerca de cómo es la forma de comportarse de un cocainómano. Aunque el tema no me es extraño. Supongo que dependerá de la cantidad de cocaína diaria consumida. Mucha gente trabaja y rinde perfectamente consumiendo cocaína, es la droga social. Desgraciadamente no ofrece una alarma aparente en el individuo, y exceptuando situaciones concretas de agresividad, creo que un cocainómano puede expresarse con normalidad. También cabría mirarlo a ver si estoy en lo cierto.
Nuestro protagonista relata su historia a petición del médico.
Me gusta que te guste. La verdad es que el tiempo es lo que me falta, tengo iniciada una novela y ni siquiera tengo tiempo para documentarla. Y otra en mi cabeza... un desastre.... el tiempo.
Tal vez, yo misma sea producto de un experimento. Sí, uno muy macabro que trata de encontrar los parámetros de conducta cotidianos de una mujer sometiéndola a innumerables focos de atención, a la vez que intenta una y otra vez salir peinada a la calle, con los zapatos iguales, vestimenta coordinada y en el DNI por si las moscas. Puff!
Gracias por leerlo.

Anónimo dijo...

Sí, estoy de acuerdo. La gente que consume coca es mucha y la tenemos más cerca de lo que pensamos y no suelen aparentar trastorno alguno. Yo conozco algún caso, pero el que yo conozco ya sufre de paranoias y otras patologías.
De todos modos, a simple vista, a nosotros, a los profanos, nos puede parecer que no pasa nada, que no se les nota, pero si lo analiza un psiquiatra, te aseguro que se dará cuenta de que entre tanta aparente normalidad hay señales de alarma muy sutiles que bien podrían estar avisando de un serio problema futuro.

Un pequeño gesto en un momento dado y que para la mayoría pasara desapercibido, podría indicar algo grave.

Cuenticiente dijo...

Una irresponsibilidad absoluta, no hay una cosa que me repugne más que las drogas.

Al cuerpo sólo cosas buenas, y sanas claro...

Kanibal dijo...

Yo me uno a los vítores y a las alabanzas vertidas sobre tu historia (original no soy mucho, la verdad). Me gusta mucho como has ligado el tema de drogas, ciencia ficción, lazos familiares (endebles)... todas esas cosas.

Mi más sincero agradecimiento y admiración.

Saludos

Cuenticiente dijo...

Gracias Kanibal, es un texto muy largo, gracias por tener paciencia y leerlo. Un abrazo.