jueves, 2 de septiembre de 2010

LA SEÑORA DE LA MISA DE OCHO.

Venía yo de arreglar el mundo, a eso de las nueve de la noche, contenta con el jabalí que me traía para la cena y con el bolso lleno de todas las cosas que se guardan para después. Aterricé en la parada de autobús con el motor en ralentí pero presurosa por darle a la charla.
Una señora con silla de playa y cara de tita Pepa me procuró unos minutitos fantásticos de trivial conversación... hasta que apareció ELLA.

Pues sí, ELLA. Un ser menudo con un collar de cuentas violeta brillante y camisa bordada en blanco.
Ya la colonia que llevaba envolvió mi vida entera nada más se me puso delante.

Seguramente era de "Avon" pero de las antigüas, creo que era la misma que se ponía mi vecina Maruja hace años. Digna de un telediario completito o un informe semanal. Tremendo.
Mi subconsciente me trajo reminiscencias a olor de sacristía, pero quise darle a la señora una oportunidad porque en el fondo soy una blanda...

La señora, con su permanente de algodón de azúcar y sus dos rosetones de perlas cultivadas colgándoles de las orejas, se quedó mirando la lata de "coca-cola" que invadía el espacio entre mi amiga de la silla de playa y yo.

La perfumada señora esperaba que, una de dos, yo le cediese mi asiento, libre de latas de coca-cola o que yo (otra vez) tuviera la amabilidad de limpiarle el sitio.
De manera que se me quedó mirando con un aire de emperador romano que tiraba para atrás.

Al transcurrir los cinco segundos de cortesía, la algodonada mujer sacó un pañuelito del bolso y dispuso toda una operación de limpieza exhaustiva al asiento de la parada que estaba libre.
La pobre escultura urbana pasó a la basura sin más gloria, y después de lamentar lo descuidados que "eran los jóvenes", sentó su honorable trasero en el banquito.

Fue entonces cuando lo supe. Olía a sacristía. Sin lugar a dudas.
No obstante intenté establecer comunicación vía intelestelar con la señora, utilizando el maravilloso tema de las barritas energéticas con muesli y cacahuetes.

De poco sirvió. La hierática humanoide posó su mirada acusadora en mis muslos desnudos.
"Ya está"- pensé-"antigüa escuela".

El resto del tiempo de espera del autobús lo pasó charlando con la mujer de la silla, quejándose de los retrasos en los horarios, de lo sucio que estaba todo y hablando de su viudez, sus misas de ocho y de su única hermana.
Naturalmente, mi repaso al nuevo catálogo de Ikea y mi interés en la conversación ajena, no me impedía en absoluto radiografiar a la señora algodón de azúcar.
Soy un crac.

Pero lo mejor estaba por llegar.
Capítulo dos, el interior del autobús.
Hasta yo lo pasé mal, por ella claro. Lamenté profundamente no poder cogerla en brazos como "superman" y sacarla de allí, un antro de perdición e inmundicia...

Los jóvenes y despreocupados playeros, chillaban, gesticulaban, iniciaban guerras de bolitas de queso, cruzaban sonoros coscorrones y aumentaban la tensión en el gesto de la señora.
Tras de mí, otro grupo de tres o cuatro insolentes utilizaban un lenguaje soez y burdo que la sufrida usuaria tenía que oir.

Ella, que se había cambiado de asiento, nada más subir, por no querer estar al lado de un chico manifiestamente homosexual, ahora soportaba estoicamente la impertinencia de los otros jóvenes.

Durante todo el trayecto y el catálogo de Ikea, pensé con total convencimiento que aquella buena mujer se estaba transfigurando por momentos.
La creí capaz de secuestrar el autobús y someternos a todos a un pertinaz silencio y examen de conciencia, tal era el rictus de su rostro.

Cuando los chicos bajaron al fin riendo y bromeando, la cabeza de algodón de azúcar estiró el cuello como una tortuga al desperezarse. Examinó los restos de bolitas de queso sobre los asientos de delante y dejó más suelta aún la mandíbula inferior.
La finísima línea burdeos de sus labios desapareció de su rostro. Contuvo la respiración, y soltó un lujurioso bufido mientras reclinaba su espalda de nuevo sobre su asiento.

"Otro pez fuera de su pecera"-pensé.

4 comentarios:

genialsiempre dijo...

Me temo que hay muchos peces fueras de su pecera, son las cosas del siglo XXI, yo creo que soy uno de esos y un pez muy grande y viejo

Cuenticiente dijo...

Nada de eso. Esta buena mujer era del siglo XVIII por lo menos. De antes del concilio vaticano segundo, de esas personas que se fijan en las apariencias y miran por encima del hombro a los que no son como ella.
Las personas que se COMUNICAN, que necesitan escuchar y expresarse, que establecen vías de concenso, las personas solidarias, empáticas, sanas... éstas, nunca estarán fuera de nada. Primero porque puede ser que los que hagan creer a un semejante que esto no es así, estén en una pecera con un gorila en la puerta (y ellos se lo pierden...) O porque pueda ser que la pecera a la que "pertenece" esta señora, tenga clonaciones de régimen totalitario.
Así que un mazazo al cristal, y que corra el aire oye.
Un abrazo.

Gitana dijo...

Retrato en vivo de esa señora, vamos! que hasta casi que me la encuentro por la calle y la reconozco, fitetú!

Y por cierto, quizás, al igual que dice Jose María, yo también sea un pez fuera de la pecera, me gusta la idea. Gracias por esta entrada.

Besos.

Cuenticiente dijo...

Gitana, me alegra encontrarte. Un abrazo muy grande.