viernes, 22 de junio de 2012

EL CUENTO DE LOS CINCO EUROS.


Lamentó Pascualina el desproporcionado derroche de energía preguntándose a continuación si la insípida barrita de cereales le mantendría en pie durante el resto de la tarde; mucho temía que el incidente abocaría en un consumo despiadado e incontrolable de galletas María u otro vacuo artificio para la reposición del ánimo.

El asedio oriental le había dejado hilitos blancos en la comisura de los labios. Parecía un perro rabioso. Bajo el sol inexorable, la carne morena brillaba en destellos de sales minerales abandonando irremediablemente su organismo.

Se obsequió con una mirada hacia la puerta del bazar: al menos veinte personas continuaban observándola con curiosidad.

Pascualina se sentía Agustina de Aragón. Apretaba fuerte el billete de cinco euros objeto de su esfuerzo mientras cruzaba la carretera en grandes zancadas. "¡El tiquet, el tiquet!... ¡Tu puñetero padre, el tiquet!... ¡y la cara del chino y de la china y la del otro chino con barba de chivo!" "...si compré una minucia... iba yo a guardá tiquet ni tiquet...¿y pa qué el tiquet?... ¡no sabe ná ni ná... darme mi dinero verdadero gachón y el billete falso te lo mete en los cojones!, la madre que te parió, el chino..."



Hao Hing rasgó el billete ante la paciente fila de clientes atónitos. Acertó a ver, atrapado en una nebulosa de desconcierto, cómo salía de su bazar la mole de carne bronceada que acababa de agarrarlo por la camisa con la fuerza de un troll acusándolo de estafa. 

Li Mei temblaba. Y tembló durante el resto de la tarde sin perder de vista la puerta de entrada a la tienda. "¡Yo no le di el billete Hao Hing, yo no!".

Jiawu y Hao Hing colocaban en su lugar las cajitas de cartón con sus anillitos de gemas de plástico; tardaron más tiempo en recoger el expositor de gafas del suelo y más aun en buscar todas las canicas grabadas con el nombre de los jugadores de la selección española de fútbol lanzadas como balas de cañón por aquella fiera sobre sus cabezas...



Pepe "el bigotes" acababa de vender los pocos camarones que le quedaban en la cesta. Determinó pregonar entonces con más ahínco el resto del género "¡Llevo lah canne é boca!... ¡La mojama...!"

Sonrió para si: "...¡A mí la crisis!"

No hay comentarios: